Corría el último trimestre de 1994 cuando Agustín Espíndola C., con unos pocos ahorros y muchas dudas sobre su futuro, rentó un pequeño espacio cerca del barrio de La Merced. En aquel taller improvisado comenzó fabricando bisagras para serigrafía.

Semanas después, el llamado “error de diciembre” puso a prueba su determinación. En lugar de detenerse, decidió observar más a fondo el mercado y se encontró con equipos de importación de alta calidad pero de costos inaccesibles. Entonces nació la pregunta que encendería la chispa de una nueva era: ¿por qué no hacer esto en México?

Para el año 2000, Fénix ya contaba con una bodega de 300 m² dedicada a fabricar pulpos, planchas y mesas de exposición. Desde entonces, la filosofía es la misma: crear soluciones reales para impresores reales. Porque nacimos del taller y seguimos fabricando para él.